Había una vez, en un lejano pueblo, tres maestros de obra que trabajaban en la construcción de una catedral. Un día, un viajero curioso se acercó a ellos y les preguntó qué estaban haciendo.
El primer maestro de obra, con expresión agotada, respondió sin entusiasmo: “Estoy ganando un salario para sostener a mi familia. Este trabajo es duro y agotador, pero necesito el dinero”.
El segundo maestro de obra, ocupado colocando ladrillos, dijo con indiferencia: “Estoy construyendo una pared. Es un trabajo tedioso y monótono, pero es lo que me pagan por hacer”.
El tercer maestro de obra, con una chispa en los ojos y un brillo de entusiasmo, miró al viajero y dijo con orgullo: “Estoy construyendo una catedral. Cada piedra que coloco aquí es parte de algo mucho más grande y hermoso. Estoy contribuyendo a la creación de un lugar sagrado donde la gente vendrá a buscar paz y conexión con lo divino”.
Este cuento me gusta porque relata la forma en que cada persona enfoca su realidad, acá desde la perspectiva del trabajo. De manera similar se puede tener una visión de las relaciones de pareja, concretamente de las relaciones sexuales. Cada uno podrá tener diferentes opiniones del tema y utilizar expresiones como “yo para comprometerme primero tengo que acostarme con mi pareja”.
Según los expertos en psicología dicen que las relaciones sexuales crean una dependencia emocional fuerte con la pareja. Si no es con la que te has comprometido hace un círculo vicioso difícil de romper. Si es antes del compromiso y al final no te quedas con ella, la ruptura es muy dolorosa.
Retomando el tema, José Fernández Castiella comentaba lo siguiente de las relaciones sexuales (siempre desde el uso de la razón, sin mencionar a Dios).
El motor del amor
Lo esencial de las relaciones de pareja es que el enamoramiento no es más que conocer que mi deseo de plenitud ha encontrado un argumento.
Mi deseo se ha visto como “esta chava me va a ser feliz, la quiero conmigo”. No en plan egoísta, porque al empezar a salir juntos como es recíproco, me doy cuenta de que esa mujer de la que estoy enamorado es frágil, como yo soy frágil. Al cuidar de su fragilidad, es lo que a mí me hace feliz. Por eso, la quiero conmigo porque me va a hacer feliz haciéndola feliz.
En cualesquiera de las dos formas del amor, el amor erótico y el amor oblativo, soy feliz. Porque yo me tengo en la medida en que me doy, si me doy a la persona que me encanta entonces soy feliz.
Esa es la razón por la que la mayoría de los libros que tratan sobre temas de pareja tengan el común denominador de “hacer lo que la hace feliz y evitar lo que le molesta”.
Libros como “Los cinco lenguajes del amor”, “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”, “Mírale a los ojos”, entre otros. En el fondo lo que buscan es el autoconocimiento y el conocimiento del otro para que a través de ciertas “técnicas”, la observación y la comunicación podamos descubrir lo que hace feliz a la pareja. Haciéndola feliz, soy feliz. Se escucha fácil, pero en la práctica nada sencillo… dicen. Sólo un amor auténtico puede superar cualquier reto.
Recapitulando, el motor del amor humano es el enamoramiento, pero lo que está en el centro de la relación son las fragilidades. En realidad, lo que cada día me mueve es cuidar de la otra persona. Eso es lo que pone a la erótica en su sitio, la deseo poseer sin embargo no quiero abusar de ella, la quiero cuidar. Eso, da otro nivel de enamoramiento, un enamoramiento más maduro que tiene sus reflejos en los gestos sexuales.
Los gestos sexuales
El instinto sexual es lo que más nos diferencia de los animales porque el instinto sexual humano no es para perpetuar la especie, aunque la perpetua. El comportamiento sexual humano es para la plenitud personal, para la vida en pareja.
Los animales funcionan por el olfato y los seres humanos por la vista. La vista es un sentido interpretativo, ya que cuando veo a una mujer no solo capto las formas sino que interpreto la interioridad, digo: que persona tan buena, que persona tan atractiva, que persona tan interesante. Viendo su cara estoy mirando su interior.
El cuerpo es sede de la intimidad por eso podemos estar desnudos, los animales no están desnudos porque no tienen intimidad que compadezca su cuerpo.
Desvestirse y desnudarse no es lo mismo. Desvestirse es quitarse la ropa, como cuando una persona va al médico, pero eso no es desnudarse. Desnudarnos es hacernos vulnerables en nuestra corporalidad, dejar que la otra persona nos interprete a través de nuestro cuerpo.
Por eso decimos que hay unas partes del cuerpo que se llaman intimas, porque en ellas se percibe de un modo muy intenso la intimidad.
El rostro figura como íntimo, porque a través del rostro se sabe mucho del interior de la persona: está contenta, esta triste, ha llorado… algo le pasa. Aunque, con el rostro la intimidad no compadece como tan vulnerable. Sin embargo, si hemos llorado no nos gustan que nos vean, nos tapamos, en el caso de las mujeres se maquillan… disimulamos el asunto.
A los genitales se les llama partes íntimas. Se le llaman intimas porque en ellas sentimos nuestra interioridad vulnerable.
Los gestos sexuales son gestos, al igual que el dedo pulgar hacia arriba es un gesto y nadie dice “dedo pulgar hacia arriba”, sino la gente dice “todo está ok“.
La caricia es un gesto, es decirle a alguien: tienes compañía, estoy contigo. El abrazo es un gesto que consiste en decir tu fragilidad y la mía se sostienen mutuamente, metafóricamente significa no nos caemos porque estamos abrazados. El beso es un gesto de una metáfora nutritiva, quiere decir yo me alimento de tu presencia y si el beso es en la boca tú te alimentas de la mía.
El acto sexual es una celebración
El acto sexual es todo junto. ¿Yo delante de quien me desnudaría? de la única persona que no me daría vergüenza, ¿Delante de quien no me daría vergüenza desnudarme? De la que me acaricia, de la que me afirma en mi fragilidad, de la que cuando ve mi vulnerabilidad expuesta me dice “estoy contigo”.
Esa persona que me acaricia, que me besa y que me abraza… nos hacemos uno en desnudez. Delante de esa persona me puedo desnudar.
El acto sexual es una celebración, es una fiesta porque cuando es verdadero, estamos expresando “yo soy nosotros” de verdad. Es un gesto muy intenso, que significa mi vida entera, mi plenitud.
Además, que eso tenga un placer que me hace estar en éxtasis, es la “guinda del pastel”.
El placer es muy bueno cuando el gesto es muy verdadero y el placer es muy malo cuando el gesto es una mentira. Es una mentira porque estarías intentando gozarte en algo falso, lo cual, haría de tu vida un auténtico fracaso, una mentira.
La sexualidad es tan exigente y de ahí se deriva toda la ética sexual, porque responde a la verdad de la sexualidad. La felicidad de la sexualidad se encuentra en el placer psicofísico que da entregarme, soportado por un placer interior, que significa gozarme en la verdad de las cosas. Pero si no es verdad, tener relaciones sexuales es violencia, porque no se podría decir “me entrego a ti sin condiciones y luego te desprecio con condiciones”.
Por lo tanto, debemos tener la madurez, la libertad, el dominio del deseo sexual que nos permita ejercitarnos en verdad, en plenitud y en éxtasis.
Que el éxtasis que sentimos cuando tengamos relaciones sexuales no tengan nada que envidiar a los de Santa Teresa. Es muy exigente, hay que ser muy virtuosos. No es porque la Iglesia lo diga, la Iglesia lo dice por el bien que hace a las personas cuando la sexualidad es verdadera.
Para ti ¿Qué significado tienen las relaciones sexuales?