¿ES POSIBLE LA FELICIDAD?

Todos anhelamos una vida plena, lograda, satisfecha, … feliz. Parece obvio, pero hay quienes no están del todo “convencidos” con lo anterior. Puede que empleen “otro” término, pero si profundizamos un “poquito” más, concluiremos que la palabra equivalente es felicidad.

Esto nos puede llevar a pensar que si la felicidad es el fin para el cual estamos en este mundo, “debo” alcanzar metas que me “produzcan” felicidad. Cuantas veces hemos caído en el error de pensar: seré feliz cuando… tenga el último modelo de iPhone, sea el más “cool” de mis amigos (lo que eso signifique), esté a la “moda”, me gradúe de la Universidad, trabaje, viaje por el mundo, me case (para los solteros), tenga hijos, tenga nietos, etc, etc. Todas esas cosas son muy buenas en si mismas, pero no son el fin último para el cual existimos. 

Por lo tanto, a veces mezclamos la felicidad con ir alcanzando metas “materiales” cada vez más refinadas y al final del día lo que encontramos es insatisfacción, aquello no “llena”, no “alcanza” y queremos más y más, dejando un vacío “inexplicable”. 

Se cuenta una anécdota del novelista Iván Turgenev que le escuchó decir a Goethe justo antes de morir: “A pesar de que había gozado de todas las alegrías que la vida puede dar, de que había tenido una vida gloriosa, amado por las mujeres y odiado por los tontos, de que sus obras se habían traducido al chino y de que toda Europa se había rendido a sus pies en adoración, y el propio Napoleón había dicho de él: C’est un homme!… Con todo eso, dijo, a la edad de ochenta y dos años, que en el transcurso de su larga vida solo había sentido felicidad ¡durante un cuarto de hora!”. ¿Por qué lo diría? Quizá porque había puesto su corazón en el lugar equivocado.    

Nuestra vocación natural es al bien (o al amor), como lo mencionamos en el post anterior donde hablamos de la libertad, un “componente” fundamental para alcanzar la felicidad. Sin verdadera libertad, no hay amor auténtico y sin amor, no se es feliz.

Amor vs Enamoramiento

No hay que confundir el amor con el sentimiento del enamoramiento. Quizá me desvíe un “poquitín” del tema, pero es necesario diferenciarlos para una mejor comprensión del tema. 

El enamoramiento nos hace idealizar algo, sentir “mariposas” en el estómago, ver la vida con gafas de color de rosa, … es full “sentimiento”. Es un estado donde se “nubla” la mente y actúa más el sentimiento que la razón. 

En cambio, el amor está orientado por la inteligencia, la voluntad y el corazón. Es una combinación de conocimiento, atracción y compromiso. Si faltase una de estas partes no sería amor, sería otra cosa. 

Si solamente se quedara en el conocimiento, se tendría una relación de cariño; si solamente nos comprometemos, sería un amor de cristal; si solamente tuviéramos atracción, se convertiría en dependencia emocional (“te busco solamente cuando necesito llenar mi vacío”). 

¿Qué pasa cuando solamente existe conocimiento y atracción, sin compromiso? Se llamaría amor romántico, similar al sentimiento de estar enamorado. Actuaría la inteligencia y el corazón, pero faltaría la voluntad para ir más allá, buscando la trascendencia, el amor del “bueno”. Ese “tipo” de amor, que se “alcanza” cuando se ama porque “me da la gana”. Es el amor que pone en juego el sacrificio, el esfuerzo, … la voluntad.

El amor tendría que llegar al punto de buscar la identificación con eso que se ama. Para conseguirlo, es decir para amar auténticamente se necesita ser libre, liberarse de todo aquello que nos “esclaviza”. Quien es más libre, ama más. Quien ama más, es más feliz. 

En busca de la felicidad

De una u otra forma hemos utilizado con frecuencia el término felicidad, la mayoría de las veces la hemos relacionado con algo que nos ha producido placer. Por ejemplo, de niños la asociábamos con golosinas o juegos que no se acababan nunca, más adelante, con unas vacaciones en un lugar libre de presiones y estrés, o con ser reconocidos por nuestros logros personales (deportivos, familiares, académicos o profesionales), mientras escuchábamos los aplausos de la multitud. En general, todos hemos experimentado felicidad en algún momento de nuestras vidas, tenemos cierta “imagen” de su contenido. 

Así también, hemos experimentamos frustraciones de todo tipo. Eso que pensábamos que nos daría la felicidad a resultado ser una “aspirina” para aliviar nuestras “ansias” de felicidad, no fue como lo habíamos imaginado, nos hemos quedado con esa sensación de vacío, o al menos, de medio lleno y en el peor de los casos se puede llegar a convertir en una dependencia emocional. Cuantas veces nos quedamos con la sensación de “mmm sí, estuvo cool pero no era para tanto”. 

El filósofo Agustín de Hipona afirma lo siguiente: “ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada“. Así como Agustín de Hipona otros grandes filósofos llegaban a la misma conclusión. 

Para Aristóteles y Tomás de Aquino existen tres “equivocaciones” frecuentes que buscamos para ser felices, estos son los honores, los placeres y las riquezas. 

Los honores se pueden ver como “engrandecimiento personal”. Buscamos la fama, los aplausos, hacernos con el poder para ejercer dominio sobre el prójimo, en definitiva, buscamos solamente nuestra vanagloria sin pensar en los demás. Las ansias de poder sin medida pueden llegar a extremos de homicidio, robo, trampa, mentira, etc.

De los placeres podemos decir que es todo aquello que nos hace “pasárnoslo bien” sin buscar compromisos de esfuerzo. Todo lo relacionado a provocar sensaciones fuertes sin “aplicar” ningún tipo de esfuerzo. La droga, el alcohol sin límites, la pornografía, el uso desmedido de las redes sociales, la gula, el sexo, etc. Un arquetipo de este “segmento” es el personaje literario Don Juan, un tipo donde sólo hay superficialidad, sensualidad, diversión, una ausencia total del sentido de la vida. Como diría Kierkegaard “toda concepción estética de la vida es desesperación, y todo aquel que vive estéticamente está desesperado, tanto si lo sabe como si no”. Mariano Fazio describe a los sensuales como aquellos que viven en la superficie de la vida: les falta interioridad y terminan en el aburrimiento o en el fracaso existencial.  

Dice el refrán popular acerca de las riquezas: “el dinero no hace la felicidad, pero ayuda”. Si, pero no. En parte igual y en parte distinto. Tener medios económicos per se ayuda a evitar preocupaciones, siempre que el dinero sea de trabajos lícitos. El “error” está en poner todas nuestras esperanzas en esos medios al punto de descuidar otras “ocupaciones” importantes de nuestra vida, ya que se terminará en un vacío difícil de salir que producirá infelicidad y desviaciones de todo tipo. La “clave” está en el desprendimiento. El dinero adquiere “mayor” valor cuando se comparte con aquellos menos favorecidos o personas que lo utilizarán para el sostenimiento y construcción de obras trascendentales.  

Se dan combinaciones lamentables entre el honor, el placer y las riquezas. Hay quienes buscan el dinero para alcanzar placeres de todo tipo y corromper al poder. Hay quienes abusan del poder para enriquecerse ilícitamente y gozar de placeres.

Honor, placer y riquezas son una caricatura de la felicidad, el corazón humano está hecho para cosas grandes. Lo demuestran diferentes acontecimientos en la historia. Por ejemplo, sucesos como la destrucción del Muro de Berlín o el “sacrificio” que hizo Maximiliano Kolbe en el campo de concentración de Auschwitz cuando decide intercambiarse con un padre de familia y ofrecer su vida para salvarlo. Estos y otros muchos ejemplos nos revelan que estamos hechos para la belleza, para la verdad y para el amor. Boileau lo resumía en la siguiente frase: “Solo lo verdadero es bello, solo es amable lo verdadero” y Francois Cheng decía “La bondad es el garante de la calidad de la belleza; la belleza irradia bondad y la hace deseable. Cuando la autenticidad de la belleza está garantizada por la bondad, se está en el estado supremo de la verdad”.    

¿Es posible la felicidad? 

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